domingo, 30 de diciembre de 2012

Lecturas del Día Miércoles, diciembre 12, 2012

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Primera lectura:
Del libro del profeta Isaías: 7, 10-14
En aquellos tiempos, el Señor le habló a Ajaz diciendo: "Pide al Señor, tu Dios, una señal de abajo, en lo profundo, o de arriba, en lo alto". Contestó Ajaz: "No la pediré. No tentaré al Señor".
Entonces dijo Isaías: "Oye, pues, casa de David: ¿No satisfechos con cansar a los hombres, quieren cansar también a mi Dios? Pues bien, el Señor mismo les dará por eso una señal: He aquí que la virgen concebirá y dará a luz un hijo y le pondrán el nombre de Emmanuel, que quiere decir Dios-con-nosotros".

O bien:

Del libro del (Sirácide) Eclesiástico: 24, 23-31
Yo soy como una vid de fragantes hojas y mis flores son producto de gloria y de riqueza. Yo soy la madre del amor, del temor, del conocimiento y de la santa esperanza. En mí está toda la gracia del camino y de la verdad, toda esperanza de vida y de virtud.
Vengan a mí, ustedes, los que me aman y aliméntense de mis frutos. Porque mis palabras son más dulces que la miel y mi heredad, mejor que los panales.
Los que me coman seguirán teniendo hambre de mí, los que me beban seguirán teniendo sed de mí; los que me escuchan no tendrán de qué avergonzarse y los que se dejan guiar por mí no pecarán. Los que me honran tendrán una vida eterna.

Salmo responsorial:
Del salmo 66
Que te alaben, Señor, todos los pueblos.
Ten piedad de nosotros y bendícenos; vuelve, Señor, tus ojos a nosotros. Que conozca la tierra tu bondad y los pueblos tu obra salvadora.
Las naciones con júbilo te cante, porque juzgas al mundo con justicia; con equidad tú juzgas a los pueblos y riges en la tierra a las naciones.
Que te alaben, Señor, todos lo pueblos, que los pueblos te aclamen todos juntos. Que nos bendiga Dios y que le rinda honor al mundo entero.

Segunda lectura:
De la carta del apóstol san Pablo a los gálatas: 4, 4-7
Hermanos: Al llegar la plenitud de los tiempos, envió Dios a su Hijo, nacido de una mujer, nacido bajo la ley, para rescatar a los que estábamos bajo la ley, a fin de hacernos hijos suyos.
Puesto que ya son ustedes hijos, Dios envió a sus corazones el Espíritu de su Hijo, que clama: “¡Abbá!”, es decir ¡Padre! Así ya no eres siervo, sino hijo; y siendo hijo, eres también heredero por voluntad de Dios.

Evangelio: 
Del santo Evangelio según san Lucas: 1, 39-48
En aquellos días, María se encaminó presurosa a un pueblo de las montañas de Judea, y entrando en la casa de Zacarías, saludó a Isabel. En cuanto ésta oyó el saludo de María, la criatura saltó en su seno.
Entonces Isabel quedó llena del Espíritu Santo, y levantando la voz, exclamó: “¡Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre” ¿Quién soy yo, para que la madre de mi Señor venga a verme? Apenas llegó tu saludo a mis oídos, el niño saltó de gozo en mi seno. Dichosa tú, que has creído, porque se cumplirá cuanto te fue anunciado de parte del Señor”.
Entonces dijo María: "Mi alma glorifica al Señor y mi espíritu se llena de júbilo en Dios, mi salvador, porque puso sus ojos en la humildad de su esclava".
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1 comentario:

  1. No hay plazo que no se cumpla ni fecha que no llegue dice el refrán. De muchas maneras Dios había alentado la esperanza de Israel. Con llamados proféticos, con signos y eventos salvadores había interpelado a Israel. Había confortado la esperanza del pueblo y sustentado a los reyes en las horas críticas por mediación de sabios y profetas. Dios nunca se desentendió de su responsabilidad: caminar al lado de su pueblo en las horas adversas y en los tiempos gozosos. No echaría en vano sus promesas. En el momento oportuno, se metería de lleno en la historia de Israel por mediación de su Hijo Jesús. Él asumiría la condición humana para patentarnos de manera fehaciente el camino de la fidelidad al Padre. Como hijo de Dios e hijo de Israel aprendería a subordinarse a las instituciones de su pueblo. Cumpliría la ley y viviría conforme a la espiritualidad de los israelitas fieles a su Dios. Viviendo en actitud de discernimiento libre, socorrería a sus hermanos y nos enseñaría a vivir gustosamente nuestra condición de hijos de Dios.

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