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Preparando el Nacimiento |
Del santo Evangelio según san Lucas 3, 1-6
En el año
quince del reinado del emperador Tiberio, siendo Poncio Pilato gobernador
de Judea, Herodes rey de Galilea, su hermano Filipo rey
de las regiones de Iturea y Traconítide, y Lisanias rey
de Abilene, en tiempos de los sumos sacerdotes Anás y
Caifás, la palabra de Dios vino sobre Juan, el hijo
de Zacarías, en el desierto. Y fue por toda la región
del Jordán predicando un bautismo de conversión para el perdón
de los pecados, como está escrito en el libro de
las predicciones del profeta Isaías: Voz del que grita en
el desierto: "Preparen el camino del Señor; hagan rectos sus
senderos; todo barranco será rellenado y toda montaña o colina
será rebajada; los caminos torcidos se enderezarán y los desnivelados
se rectificarán. Y todos verán la salvación de Dios."
Oración introductoria: Señor,
Tú sabes que mi deseo de pasar este tiempo contigo
en la oración es auténtico. Creo que estás aquí, a
mi lado, porque nunca me abandonas. Eres mi Dios, mi
Señor, mi Padre, mi Creador. Yo no soy nada. Tú
lo eres todo, mas aún, Tú eres mi todo. Gracias
por tu amor, tu perdón y tu gracia.
Petición: Jesús, ayúdame a
responder generosamente a mi vocación como lo hizo san Juan
el Bautista.
Meditación del Papa: El padre de Juan, Zacarías -marido de
Isabel, pariente de María- era sacerdote del culto judío. Él
no creyó de inmediato en el anuncio de una paternidad
así inesperada, y por esto se mantuvo mudo hasta el
día de la circuncisión del niño, al que él y
su esposa dieron el nombre dado por Dios, es decir,
Juan, que significa "el Señor da la gracia". Animado por
el Espíritu Santo, Zacarías habló así de la misión de
su hijo: "Y tú, niño, serás llamado profeta del Altísimo
/ pues irás delante del Señor para preparar sus caminos,
/ y dar a su pueblo el conocimiento de la
salvación / mediante el perdón de sus pecados". Todo esto
se hizo evidente treinta años más tarde, cuando Juan comenzó
a bautizar en el río Jordán, llamando al pueblo a
prepararse, con aquel gesto de penitencia, a la inminente venida
del Mesías, que Dios le había revelado durante su permanencia
en el desierto de la Judea. Por esto fue llamado
"Bautista", es decir, "Bautizador".Benedicto XVI, 24 de junio de 2012.
Reflexión: Ya
hemos comenzado el período del adviento. Pero el adviento es
muy breve y, en un abrir y cerrar de ojos,
nos encontraremos ya en la Navidad. Por eso, es urgente
preparar bien el nacimiento y el pesebre para la llegada
del Niño Jesús. Se cuenta que el gran estadista italiano, Alcide
de Gasperi -fundador de la Democracia Cristiana y gran líder
político después de la Segunda guerra mundial- solía preparar el
nacimiento con particular devoción, junto con su mujer. De entre
las ovejitas escogían a dos, a las cuales les ponían
los nombres de las dos hijas: María Romana y Lucía.
Cada día de la novena de Navidad, las niñas debían
ofrecer un sacrificio especial al Niño. Si se portaban bien,
la ovejita avanzaba un poco hacia el portal de Belén;
de lo contrario, venían alejadas cada vez más de la
gruta. Era la gran lección de mortificación y de acercamiento
al Señor que les enseñaban sus padres. También nosotros tenemos que
preparar el pesebre de nuestra alma para cuando Jesús nazca.
No es sólo una bonita tradición o una práctica piadosa
para entretener a los niños. Si un acto importante se
prepara con mucha anticipación –una gran fiesta, la celebración de
un aniversario, una graduación, un matrimonio, etc.-, ¿con cuánta mayor
razón no debemos preparar el nacimiento de todo un Dios,
que se hace hombre -más aún, que se hace un
niño pequeño- por amor a nosotros y que se encarna
para salvarnos y darnos la vida eterna? Éste es el mensaje
del Evangelio de hoy. San Lucas nos refiere que Juan
el Bautista recorría toda la comarca del Jordán predicando un
bautismo de conversión. El color litúrgico de este período –igual
que durante la cuaresma- es el morado, que es el
símbolo de la penitencia y de la austeridad. El sacerdote
se reviste con los ornamentos sagrados de este color en
la Santa Misa para invitar a todos los fieles al
sacrificio y a la conversión, pues sólo así podemos purificar
nuestra conciencia y nuestro corazón para que Cristo Niño lo
encuentre bien dispuesto el día de Nochebuena. Pero, ¿qué significa conversión?
¿de qué o por qué tenemos que convertirnos? Todos, por
lo general, nos creemos gente buena y pensamos que la
conversión es sólo para los grandes pecadores. Sin embargo, el
Papa Juan Pablo II nos decía que todos necesitamos
convertirnos diariamente en nuestra vida. Porque convertirse significa "volver a
Dios", "cambiar" de actitudes y de comportamiento. El verbo hebreo
que expresa este concepto es "sub" y significa, ni más
ni menos, "volver"; el vocablo latino "cum-versio" indica la misma
idea. Sin embargo, en griego se dice "metá-noia" -que quiere
decir, literalmente, "cambio de mente", "cambio de corazón"-. Convertirnos, pues,
es acercarnos más a nuestro Señor, alejándonos del pecado y
de las propias pasiones que nos apartan de Él; convertirnos
para cambiar nuestra mentalidad mundana y sustituirla por unos criterios
de fe, auténticamente cristianos; cambiar "nuestro corazón de piedra -como
decía Ezequiel- por un corazón de carne", lleno de amor,
de compasión, de perdón y de caridad. ¿Nosotros pensamos igual
que Cristo en todo? ¿Pensamos como Él piensa acerca de
la fama, del poder, de la riqueza, del sufrimiento, del
dolor? ¿Y nuestro corazón es como el Suyo para amar
al Padre Celestial y todos los hombres sin excepción, como
Él nos amó? Todo esto es convertirse. Juan Bautista, con palabras
del profeta Isaías, nos exhorta también hoy a cada uno
de nosotros: "Preparad el camino del Señor, allanad sus senderos;
elévense los valles, desciendan los montes y colinas; que lo
torcido se enderece y lo escabroso se iguale". Estas imágenes
bíblicas nos hablan de la necesidad de la conversión. Los
montes, en este contexto, vienen a ser signo de la
soberbia, del orgullo y de la prepotencia: ¡tienen que ser
rebajados y anulados! Los valles son nuestros complejos, caídas, desconfianzas
y depresiones, y tienen que ser rellenados. Lo torcido es
toda forma de pecado y de desorden moral; lo escabroso
son nuestras sensualidades, vicios, concesiones a la tentación y el
juego con las pasiones que nos llevan al mal; ¡debe
ser enderezado!
Propósito: Necesitamos "preparar el camino del Señor y allanar sus
senderos"; o sea, rectificar todo aquello que tiene que ser
corregido para que, cuando Cristo venga, nos encuentre con el
alma limpia por la gracia y con el corazón bien
dispuesto. Entonces la Navidad dejará de ser una fiesta más
o un bello folklore religioso, para adquirir su verdadero sentido
en nuestra vida. Sólo si Cristo nace en nuestro corazón,
la Navidad tendrá un valor y comenzaremos a vivir el
cielo en la tierra.
Diálogo con Cristo: Jesús, hazme darme cuenta
de que de nada sirve la fama, ni los poderes,
ni los bienes; que lo único que importa es permanecer
unido a tu gracia y realizar la misión, así como
lo hizo Juan el Bautista y como lo han hecho
tantos hombres y mujeres que se han decidido a seguirte.
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Purificar nuestra conciencia y nuestro corazón para que Cristo Niño lo encuentre bien dispuesto el día de Nochebuena.
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