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La indiferencia de los judios |
Del santo Evangelio según san Mateo 11, 16 - 19
«¿Pero,
con quién compararé a esta generación? Se parece a los
chiquillos que, sentados en las plazas, se gritan unos a
otros diciendo: "Os hemos tocado la flauta, y no habéis
bailado, os hemos entonado endechas, y no os habéis lamentado."
Porque vino Juan, que ni comía ni bebía, y dicen:
"Demonio tiene." Vino el Hijo del hombre, que come y
bebe, y dicen: "Ahí tenéis un comilón y un borracho,
amigo de publicanos y pecadores." Y la Sabiduría se ha
acreditado por sus obras».
Oración introductoria: Señor, quiero iniciar esta meditación pidiéndote
perdón con humildad por mis faltas y omisiones al no
saber descubrir lo bueno que hay en los demás. Ilumina
mi oración para que ésta me lleve a crecer en
el amor a los demás.
Petición: Jesucristo, dame un corazón auténticamente
bondadoso para crecer en una de las expresiones más auténticas
de la caridad: la benedicencia, que es el amar a
los demás por medio de la palabra.
Meditación del Papa: Y
está el otro modo de usar la razón, de ser
sabios: el del hombre que reconoce quién es; reconoce su
medida y la grandeza de Dios, abriéndose con humildad a
la novedad de la acción de Dios. Así, precisamente aceptando
su propia pequeñez, haciéndose pequeño como es realmente, llega a
la verdad. De este modo, también la razón puede expresar
todas sus posibilidades, no se apaga, sino que se ensancha,
se hace más grande. Se trata de otra sofìa y
sìnesis, que no excluye del misterio, sino que es comunión
con el Señor en el que descansan sabiduría y conocimiento
íntimo, y su verdad. En este momento pidamos al Señor
que nos conceda la verdadera humildad; que nos dé la
gracia de ser pequeños para poder ser realmente sabios; que
nos ilumine; que nos haga ver su misterio de la
alegría del Espíritu Santo; y que nos ayude a ser
verdaderos teólogos, que pueden anunciar su misterio porque han sido
tocados en la profundidad de su corazón, de su existencia.
Amén. (Benedicto XVI, 1 de diciembre de 2009).
Reflexión: Jesús comienza
a palpar con crudeza la indiferencia de los judíos. Los
que no han creído a Juan el Bautista, -hombre
de sacrificio y gran austeridad-, tampoco creen en Él.
Sus obras, su autoridad y sus milagros sirven para contentar
unas horas, quizás algún día, pero no logran para convertir
los corazones, ni desarraigar el pecado. Las gentes que alaban
a Dios, son capaces, acto seguido, de olvidarse de lo
que “han visto y oído.” Ante esta decepcionante situación, Jesús
les narra un “cuento” pero esta vez, se lo explica.
Se diría que no puede contener su desencanto, su decepción... Una de las experiencias más amargas que podemos experimentar al
desvivirnos por alguna persona, sea familiar o amigo, es
cuando no somos correspondidos. Si en “pago”, por los servicios
prestados se nos ignora o se nos critica, nos sentimos
traicionados y heridos. A Jesús en este pasaje le sucede
algo parecido. Se siente triste y decepcionado de la respuesta
del hombre. Él como Dios, nos ha amado y querido
hasta el límite –inigualable- de la encarnación y de su
muerte en cruz. En su vida no hizo otra cosa
que pasar “haciendo el bien”... y todo este despliegue de
compasión, de amor y misericordia ¿dio fruto? ¿cuál fue la
respuesta recibida a cambio? Sabemos que la semilla dio fruto
después de su muerte. En nuestro caso, tenemos que reconocer
que “todo” podría estar a nuestro favor. Tenemos su presencia
en la eucaristía, su gracia sacramental, su acción a través
de su Espíritu Santo... tenemos a María, Madre nuestra. Ojalá el
Señor vea cómo vamos poco a poco progresando en su
conocimiento, aprendiendo a apreciar, a gustar todos estos medios que
nos hacen sus amigos y nos impulsan a compartir con
Él las penas y las alegrías. Nuestra felicidad y realización
personales dependen de saber escuchar y responder al Señor y
con más razón durante este Adviento, preparándonos a su venida.
Propósito: Siempre, antes de iniciar mi oración, pedir humildemente la luz
del Espíritu Santo.
Diálogo con Cristo: Cristo, del amor por Ti
puede nacer esa bondad en mi corazón que me lleve
a ver lo bueno de todo y de todos. Quiero
pensar y hablar siempre bien para construir y edificar en
el amor. Que nunca agregue a mis comentarios algo que
no sea verdad y que busque comentar siempre lo positivo
que hay en los otros. Que nunca permita en mis
conversaciones la crítica o la murmuración. Con tu gracia, Señor,
lo puedo lograr.
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Aprendamos a dar gracias y gustar lo que Dios nos da.
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