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Preparando el Nacimiento con María |
Lucas 1, 39-45
Por aquellos días, María se puso en
camino y fue de prisa a la montaña, a una
ciudad de Judá. Entró en casa de Zacarías y saludó
a Isabel. Y cuando Isabel oyó el saludo de María,
el niño saltó en su seno. Entonces Isabel, llena del
Espíritu Santo, exclamó a grandes voces: «¡Bendita tú entre las
mujeres y bendito el fruto de tu vientre! Pero ¿cómo
es posible que la madre de mi Señor venga a
visitarme? Porque en cuanto oí tu saludo, el niño saltó
de alegría en mi seno. ¡Dichosa tú que has creído!
Porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá».
Reflexión: Hay
un hermoso poema de José María Pemán que inicia así:
“El Evangelio empieza ante una puerta/ de una fonda en
Belén y un posadero./ -¿No habrá una habitación para esta
noche?/ - Ninguna cama libre; todo lleno./ Y Dios pasó
de largo. ¡Qué pena, posadero!”. Hace algunos días me llegó un
mensaje de internet, que me gustó mucho. Me escribió una
prima mía, muy querida, que me contaba esta experiencia: La
semana pasada, una amiga me pidió que fuera a su
casa a ayudarle con las decoraciones navideñas. Fui con mucho
gusto y, cuando entré a su casa, me di cuenta
de que ya tenía más o menos todo preparado –el
árbol con las esferas, los adornos, las luces, etc.– pero
no encontraba lugar para el Nacimiento. Yo me paré en
seco y le dije: “mira, mi niña, yo lo siento
mucho, pero al festejado me lo tienes que poner en
el centro de todo. Quita todas esas cosas y pon
al Niño Dios, y comienza por hacerle un lugar en
tu corazón”. Yo le di un aplauso en mis adentros.
Efectivamente, así debe ser. Es muy triste que la gente
se dedique a hacer tantas decoraciones y deje el nacimiento
para el final. Pero esto es sólo una señal indicativa.
¿No será que muchas veces también nosotros dejamos de preparar
nuestro “nacimiento” interior porque tenemos el corazón lleno de tantas
bagatelas y vanidades, de tantas distracciones y consumismo, que ya
no hay espacio para Dios? Es como si, al ser
invitados a una fiesta de cumpleaños, nos dedicáramos a comprar
regalos para todos los amigos y conocidos, y nos olvidáramos
de comprar el regalo para el festejado… ¿Verdad que sería
ridículo y un descuido imperdonable, una gravísima falta de cariño
y hasta de la más elemental educación y cortesía? ¡Pues
eso es lo que muchas veces hacemos nosotros con el
Niño Jesús en la navidad! Muchos adornos, muchos regalos para
todo el mundo… ¡menos para Él! Ojalá que no nos
pase eso a nosotros. Ya sólo faltan tres días para el
nacimiento del Hijo de Dios en la tierra. Pero, si
queremos que su venida deje un fruto real y duradero
en nuestras vidas, debemos preparar nuestro corazón para que encuentre
un lugar digno para nacer. Sin embargo, necesitamos que alguien
nos eche una mano. ¿Quién nos podrá ayudar? En este período
del adviento, dos son los personajes centrales que aparecen en
escena: san Juan Bautista, el precursor del Mesías, que juega
un papel muy importante en nuestra preparación espiritual. Y María
Santísima. Es ella quien ocupa, sin lugar a dudas, el
puesto preeminente. Ella es su Madre y, sin ella, no
habría navidad. Es ella quien lo trae en su regazo
virginal, quien lo dará a luz en muy pocos días
y nos lo ofrecerá para nuestra adoración. Ella es quien
mejor puede ayudarnos a preparar nuestro corazón. Y es ella
quien aparece hoy en el Evangelio como protagonista. María va
a la montaña de Galilea a visitar a su prima
Isabel, que está ya esperando a su hijo, el futuro
Precursor. Y ese maravilloso encuentro en la fe realiza un
milagro: Juan Bautista, todavía en el seno de su madre,
siente y reconoce a Jesús, el Mesías, también en el
seno purísimo de su Madre Virgen; y es tal su
regocijo –nos cuenta el evangelista— que “la criatura saltó de
alegría” en el vientre de Isabel. Su madre, llena del
Espíritu Santo, le dirige a María aquellas palabras tan inspiradas
que los cristianos rezamos miles de veces desde que aprendimos
a rezar cuando éramos chiquitos: “¡Bendita tú entre las mujeres
y bendito es el fruto de tu vientre, Jesús!”. Bendita
es María por su fe y por su aceptación amorosa
de la Voluntad de Dios en su vida; bendita porque
creyó en el anuncio que Dios le dirigía a través
del ángel y porque lo abrazó con todo su corazón.
Ésta es la mejor manera de prepararnos para el nacimiento
del Niño Jesús. Ojalá también nosotros, como María, le hagamos un
lugar a Dios en nuestra alma. Más aún, que le
demos el lugar más importante, el primero. Que sea su
santísima Voluntad, la fe y el amor a Él lo
que verdaderamente cuente en la balanza de nuestros pensamientos, decisiones
y comportamientos en el quehacer diario y en las mil
circunstancias concretas de cada día. Que sea la caridad, la
humildad, el servicio, la alegría lo que nos caracterice como
cristianos. Ojalá que no atiborremos nuestro corazón de egoísmo y de
vanidad, de cosas inútiles y superfluas; más bien, procuremos ser
generosos con Dios y con los demás. De lo contrario,
Dios pasará de largo y también a nosotros nos sucederá
lo que le ocurrió al posadero de aquella primera Navidad
de la historia, en Belén: que no tuvo lugar para
ellos –para Jesús, para María y para José— porque su
posada estaba ya completamente llena. El poema que mencionaba al inicio,
continúa así: “Todo hubiera empezado de otro modo:/ las estrellas
columpiándose en tus aleros,/ los ángeles cantando en tus balcones,/
los reyes perfumando tu patio con incienso,/ y, en tu
fonda, el divino alumbramiento./ Pero, “no queda sitio, ni una
cama; lo tengo todo lleno”./ Y Dios pasó de largo…
¡qué pena, posadero!”.
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Bendita es María por su fe y por su aceptación amorosa de la Voluntad de Dios y porque lo abrazó con todo su corazón.
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