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Revelación del Padre a los pequeños |
Del santo Evangelio según san Lucas 10, 21-24
En aquel momento,
se llenó de gozo Jesús en el Espíritu Santo, y
dijo: «Yo te bendigo, Padre, Señor del cielo y de
la tierra, porque has ocultado estas cosas a sabios e
inteligentes, y se las has revelado a pequeños. Sí, Padre,
pues tal ha sido tu beneplácito. Todo me ha sido
entregado por mi Padre, y nadie conoce quién es el
Hijo sino el Padre; y quién es el Padre sino
el Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo
quiera revelar». Volviéndose a los discípulos, les dijo aparte: «¡Dichosos
los ojos que ven lo que veis! Porque os digo
que muchos profetas y reyes quisieron ver lo que vosotros
veis, pero no lo vieron, y oír lo que vosotros
oís, pero no lo oyeron».
Oración introductoria: ¡Te doy gracias, Padre,
Señor del cielo y de la tierra, por este momento
que me concedes para dialogar contigo! ¡Gracias, porque me revelas
los misterios de tu Reino! ¡Gracias por el don de
la fe! Me siento dichoso al ser tu hijo adoptivo.
Te amo, Señor.
Petición: Señor, ayúdame a ser sencillo, manso y humilde
de corazón.
Meditación del Papa: En el griego original de los Evangelios
el verbo con el que inicia este himno, y que
expresa la actitud de Jesús al dirigirse al Padre, es
exomologoumai, traducido a menudo como "doy gracias". Pero en los
escritos del Nuevo Testamento este verbo indica principalmente dos cosas;
la primera es "reconocer hasta el final", por ejemplo san
Juan Bautista pedía reconocer totalmente los propios pecados a quien
quería que él lo bautizase, la segunda es "estar de
acuerdo". Por tanto, la expresión con la que Jesús comienza
su oración contiene su reconocimiento total de la voluntad de
Dios Padre, y junto a esto, su estar completamente de
acuerdo, consciente y gozoso con este modo de actuar, el
proyecto del Padre. El himno de júbilo es la culminación
de un camino de oración en el que surge claramente
la profunda e íntima comunión de Jesús con la vida
del Padre en el Espíritu Santo, y se manifiesta su
filiación divina. Jesús se dirige a Dios llamándole "Padre". Este
término expresa la conciencia y la certeza de Jesús de
"ser el Hijo", en íntima y constante comunión con Él,
y este es punto fundamental y la fuente de toda
oración de Jesús. Lo vemos claramente en la última parte
del Himno, que ilumina todo el texto. Benedicto XVI, 7
de diciembre de 2011. Reflexión: La euforia reina en los comentarios, en
los rostros de los discípulos tras su exitosa misión. Jesús
los recibe y parece también Él contagiarse de la alegría
con que lo celebran. No es solamente un triunfo humano.
Es ante todo el reconocimiento del don de Dios que
en aquellos hombres sencillos se ha prodigado abundantemente para transformarles
en heraldos, en testigos y anunciadores de su mensaje. Y
son ellos, gentes sin formación, los que llegan a conocer
tal misterio, pues como dijo san Pablo: "Hablamos de una
sabiduría de Dios misteriosa, escondida (...) desconocida de todos los
príncipes de este mundo.(...) Si alguno entre vosotros se cree
sabio según este mundo, hágase necio, para llegar a ser
sabio (...) pues la sabiduría de este mundo es necedad
a los ojos de Dios" (1Cor 3, 18-9). Da que pensar
el hecho de que a lo largo de más de
4000 años de historia Sagrada, los personajes que Dios ha
escogido para anunciar a los hombres sus mensajes, hayan sido,
por lo general, gentes sencillas y sin instrucción. En muchos
casos eran apocados o tímidos, también mujeres virtuosas aunque a
simple vista débiles. La historia de los pastores como José,
el hijo pequeño de Jacob, y el mismo David, el
rey, parece repetirse cuando la Sma. Virgen María escoge a
las personas más sencillas para revelar sus mensajes. La historia
de san Juan Diego y la Virgen Guadalupana, las de
los pastorcillos de Fátima, o la de Bernardette en Lourdes
son sólo algunos casos. Y esto no es por pura
coincidencia, sino testimonio de la coherencia de los planes de
Dios. La sencillez conquista y "subyuga" a Dios. Él se
enamora de las almas humildes y simples. Él devela sus
secretos y su misterio sólo a los sencillos de corazón.
Como lo hizo en María y como lo ha hecho
a lo largo de todos los siglos. También quisiera hacerlo
en nuestra oración de hoy y de cada día, contando
con nuestra colaboración.
Propósito: Buscar en este día, ser humilde y pedirlo
en la oración como una gracia.
Diálogo con Cristo: Señor, la
auténtica vida de oración es aquella que me lleva a
conocerte, amarte, seguirte e imitarte, ¡qué gran privilegio! ¡Qué inmensa
alegría! No te pido una gran sapiencia, ayúdame a aceptar,
con la sencillez de un niño, lo que quieres de
mí. Sólo quiero crecer en mi amistad contigo y eso
significa que necesito una confianza inquebrantable en tu infinito amor.
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Dios devela sus secretos y su misterio sólo a los sencillos de corazón.
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