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Jesús llora sobre Jerusalén |
Del santo Evangelio según san Lucas 19, 41-44
En aquel tiempo,
al acercarse y ver la ciudad, lloró por ella, diciendo:
¡Si también tú conocieras en este día el mensaje de
paz! Pero ahora ha quedado oculto a tus ojos. Porque
vendrán días sobre ti, en que tus enemigos te rodearán
de empalizadas, te cercarán y te apretarán por todas partes,
y te estrellarán contra el suelo a ti y a
tus hijos que estén dentro de ti, y no dejarán
en ti piedra sobre piedra, porque no has conocido el
tiempo de tu visita.
Oración introductoria: Jesús, este tiempo de oración
es una oportunidad para mostrarte mi amor, ilumínalo porque hay
muchas cosas que me distraen. Mírame, Señor, con ese amor
con que miraste a Jerusalén y ven a hospedarte en
mi alma para poder resistir las tentaciones del mundo.
Petición: Señor,
haz que venga hoy tu salvación a mi alma.
Meditación del
Papa: En estas frases se manifiesta ante todo el amor profundo
de Jesús por Jerusalén, su lucha apasionada para lograr el
"sí" de la Ciudad Santa al mensaje que Él ha
de transmitir, y con el cual se pone en la
gran línea de los mensajeros de Dios en la historia
precedente de la salvación. La imagen de la gallina protectora
y preocupada proviene del Antiguo Testamento: Dios “encontró [a su
pueblo] en tierra desierta... Y le envuelve, le sustenta, le
cuida como a la niña de sus ojos. Como uno
que vela por su nidada, revolotea sobre sus polluelos, así
despliega él sus alas y le toma, lo lleva sobre
sus plumas”. Al lado de este texto puede ponerse la
hermosa expresión del Salmo 36,8: "¡Qué inapreciable es tu misericordia,
oh Dios! Los hombres se acogen a la sombra de
tus alas". Jesús aplica aquí la bondad poderosa de Dios
mismo a su propio obrar y a su intento de
atraer a la gente. No obstante, esta bondad que protege
a Jerusalén con las alas desplegadas se dirige al libre
albedrío de los polluelos, y éstos la rechazan: "Pero no
habéis querido". Benedicto XVI, Joseph Ratzinger, Jesús de Nazaret, segunda
parte, p. 13.
Reflexión: Jesús también lloraba, igual que tú. Tenía sentimientos,
se alegraba con las buenas noticias de sus discípulos y
se entristecía con la muerte de su amigo Lázaro. Igual
que nosotros. Por eso conoce perfectamente el corazón humano, pues
Él pasó por los mismos estados de ánimo que experimentamos
nosotros. Aquí le vemos llorar por Jerusalén, la ciudad del pueblo
elegido, con quien Dios estableció su Alianza. Desde hacía siglos
había escogido a Abrahán y a sus descendientes, confió a
Moisés la misión de sacar al pueblo de la esclavitud,
le dio un Decálogo, le guió con amor, le envió
profetas y le preparó para la venida de su Hijo.
¡Cuánto esperaba Dios de ese pueblo! Sin embargo, vino Jesús
a este mundo "y los suyos no le recibieron". La historia
de Israel puede ser muy bien nuestra historia. El Señor
pensó en cada uno de nosotros y nos dio la
vida a través de nuestros padres. Luego nos hizo sus
hijos adoptivos en el Bautismo. Y no ha cesado de
derramar gracias para que seamos santos... Sin embargo, somos como
la Jerusalén por la que Jesús lloró: fríos, insensibles a
todos estos dones. ¿Cuántas veces meditamos en el sacrificio que
hizo Jesús en la cruz por nuestros pecados (los de
cada uno)? Hoy intentaremos no ser el motivo de las lágrimas
de Jesús. Vamos a acogerle y a poner en práctica
su mandato -el de la caridad con todos-, pidiéndole que
perdone nuestras infidelidades y nos dé a conocer "su mensaje
de paz".
Propósito: Hacer un esfuerzo por aprovechar más los medios de
formación y crecimiento espiritual que me ofrece mi parroquia.
Diálogo con
Cristo: Señor, no puedo cerrar mi corazón y ahogar en mi
egoísmo mi celo apostólico. Fortaléceme, hazme generoso para crecer en
el amor y dedicarme a mi misión con ahínco, y
así, hacer cuanto pueda para que la Nueva Evangelización llegue
a muchas más personas.
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Hoy intentaremos no ser el motivo de las lágrimas de Jesús.
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