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Los signos de los tiempos |
Lucas 12, 54-59
En aquel tiempo, decía Jesús a la gente:
Cuando veis una nube que se levanta en el occidente,
al momento decís: "Va a llover", y así sucede. Y
cuando sopla el sur, decís: "Viene bochorno", y así sucede.
¡Hipócritas! Sabéis explorar el aspecto de la tierra y del
cielo, ¿cómo no exploráis, pues, este tiempo? ¿Por qué no
juzgáis por vosotros mismos lo que es justo? Cuando
vayas con tu adversario al magistrado, procura en el camino
arreglarte con él, no sea que te arrastre ante el
juez, y el juez te entregue al alguacil y el
alguacil te meta en la cárcel. Te digo que no
saldrás de allí hasta que no hayas pagado el último
céntimo.
Oración introductoria: Padre, te pedimos que al escuchar tus palabras, nos
des la gracia que nos permite esperar y encaminarnos
llenos de confianza a Tu encuentro, como Juez, como nuestro
"abogado".
Petición: Jesús, te pedimos que nos des la gracia de ser
capaces de leer los signos de los tiempos, de discernir
lo esencial de lo accidental y de conocer la solidez
de Tu doctrina y ponerla en práctica.
Meditación del Papa: Está claro
que no podemos calcular con las medidas cronométricas de este
mundo la "duración" de este arder que transforma. El "momento"
transformador de este encuentro está fuera del alcance del cronometraje
terrenal. Es tiempo del corazón, tiempo del “paso” a la
comunión con Dios en el Cuerpo de Cristo. El Juicio
de Dios es esperanza, tanto porque es justicia, como porque
es gracia. Si fuera solamente gracia que convierte en irrelevante
todo lo que es terrenal, Dios seguiría debiéndonos aún la
respuesta a la pregunta sobre la justicia, una pregunta decisiva
para nosotros ante la historia y ante Dios mismo. Si
fuera pura justicia, podría ser al final sólo un motivo
de temor para todos nosotros. La encarnación de Dios en
Cristo ha unido uno con otra –juicio y gracia– de
tal modo que la justicia se establece con firmeza: todos
nosotros esperamos nuestra salvación “con temor y temblor”. No obstante,
la gracia nos permite a todos esperar y encaminarnos llenos
de confianza al encuentro con el Juez, que conocemos como
nuestro “abogado”, parakletos» (Benedicto XVI, Encíclica Spe salvi, n. 47).
Reflexión: El
Concilio Vaticano II supuso una lectura de los “signos de
los tiempos”. Cambiaron muchas cosas: liturgia, costumbres, lenguaje, etc. Eran
necesario adaptarse a la realidad del siglo XX. La Iglesia
supo discernir los acontecimientos y se adaptó. Suprimió lo innecesario,
profundizó en lo esencial y estableció un diálogo más estrecho
con las ciencias humanas y las otras realidades religiosas. Pero había
cosas que no podían cambiar: el Papa sigue siendo el
Vicario de Cristo en la tierra; en la Eucaristía está
verdaderamente presente Cristo Jesús y la caridad sigue siendo el
mandamiento nuevo. No hay lugar a dudas. Los tiempos cambian
pero las palabras de Cristo y de su Iglesia permanecen
y permanecerán eternamente. ¿Somos capaces de leer los signos de los
tiempos, de discernir lo esencial de lo accidental? ¿Somos de
los cristianos que conocen la solidez de la doctrina del
Señor y la ponen en práctica? ¿O estamos cayendo en
el error de los que dicen conocer los signos de
los tiempos pero luego dan cabida en sus vidas a
comportamientos que dicen mucho de una verdadera pertenencia a la
Santa Madre Iglesia? De allí la sabia recomendación de Cristo:
vivir con justicia, saber dar a Dios lo debido y
a los hombres. Y en el corazón de tal justicia,
que está lejos de ser una legalista y fría justicia
humana, encontramos el perdón y la misericordia. Si falta el
ingrediente del perdón, para obtener la conversión del corazón; si
falta la virtud de la misericordia para saber perdonar a
quien nos lo pide, no hay verdadera justicia y somos
de los que aparentamos una vida incólume, adaptada a los
tiempos, pero en realidad no somos más que una fotocopia
de cristiano. Por tanto la justicia de nuestro corazón, la justicia
divina, la justicia a modelo de Cristo nos permitirá saber
leer los signos de los tiempos, saber discernir lo esencial
de lo accidental, saber saborear las palabras de vida eterna
del Señor y nos evitará aparentar una vida de justos
y cumplidores, de dobles e hipócritas que nos reportaría el
peso de una dura paga quizás ya en esta tierra,
tal vez en aquella otra de purgación o, Dios nos
libre, en donde no hay paga que valga.
Propòsito: Pidamos al
que es Justísimo, el don de la verdadera justicia y
Él que brilla en justicia y verdad no tardará en
donárnosla con amor.
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¿Somos capaces de leerlos, de discernir lo esencial de lo accidental?
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