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No he venido a traer paz |
Del santo Evangelio según Lucas 12, 49-53
En aquel tiempo,
dijo Jesús a sus discípulos: He venido a arrojar un
fuego sobre la tierra y ¡cuánto desearía que ya estuviera
encendido! Con un bautismo tengo que ser bautizado y ¡qué
angustiado estoy hasta que se cumpla! ¿Creéis que estoy aquí
para dar paz a la tierra? No, os lo aseguro,
sino división. Porque desde ahora habrá cinco en una casa
y estarán divididos; tres contra dos, y dos contra tres;
estarán divididos el padre contra el hijo y el hijo
contra el padre; la madre contra la hija y la
hija contra la madre; la suegra contra la nuera
y la nuera contra la suegra.
Oración introductoria: Padre, es estos
momentos de oración, te pedimos que el fuego de Tu
amor arda en nuestros corazones.
Petición: Dios mio, te pedimos el
don de la caridad, de un amor apasionado a Cristo
que traiga la guerra a las fuerzas que quieren destruir
la verdadera paz en la tierra.
Meditación del Papa: Donde Dios desaparece,
el hombre cae en la esclavitud de idolatrías, como han
mostrado, en nuestro tiempo, los regímenes totalitarios, y como muestran
también diversas formas de nihilismo, que hacen al hombre dependiente
de ídolos, de idolatrías; le esclavizan. Segundo, el objetivo primario
de la oración es la conversión: el fuego de Dios
que transforma nuestro corazón y nos hace capaces de ver
a Dios, y así, de vivir según Dios y de
vivir para el otro.[...] Aquí vemos el verdadero fuego de
Dios: el amor que guía al Señor hasta la cruz,
hasta el don total de sí. La verdadera adoración de
Dios, entonces, es darse a sí mismo a Dios y
a los hombres, la verdadera adoración es el amor. Y
la verdadera adoración de Dios no destruye, sino que renueva,
transforma. Ciertamente, el fuego de Dios, el fuego del amor
quema, transforma, purifica, pero precisamente así no destruye, sino que
crea la verdad de nuestro ser, recrea nuestro corazón. Y
así realmente vivos por la gracia del fuego del Espíritu
Santo, del amor de Dios, somos adoradores en espíritu y
en verdad. Benedicto XVI, 15 de junio de 2011
Reflexión: Cuando
se ha entendido que la esencia del cristianismo se halla
en la caridad, en el apasionado amor a Dios y
sus cosas, estas palabras del Señor no deberían sonar extrañas
o contradictorias. ¡Fuera de esto sino todo lo contrario! Es
más, Cristo está empleando un lenguaje contradictorio en apariencia para
dar a entender precisamente en qué consiste el verdadero amor
a Él. Sí, porque el amor, realmente como lo ha
de entender el cristiano está muy lejos de ser un
diluido sentimiento de afecto, bonito y pasajero como una flor
de primavera. Más bien es como el fuego que a
la vez lo enciende todo y va consumiendo una y
otra cosa; es algo que se extiende, que tiende por
su naturaleza a expandirse con calor, con pasión y que
divide a los corazones fríos y mezquinos que nada más
piensan en llenar sus pobres pretensiones. Así es la caridad.
Ese es el fuego que Cristo espera arder en los
corazones de los que le amen. Están, por tanto, muy
lejos de ser sus palabras interpretadas con la literalidad de
la carne. Hay que haber experimentado el fuego de su
amor para entenderlas correctamente. Pidamos saber amar hasta ser incomprendidos por
los egoístas de nuestro mundo. Pidamos vivir en estado de
lucha, en la lucha del que cree en la fuerza
del amor y consigue que el mayor número de seres
humanos conozca a ese Dios que se entregó por ellos
por puro amor. En esto conocerán los demás que somos
de Cristo. Y a tener confianza en Él. Porque el
amor siempre logrará la victoria definitiva sobre el pecado y
la muerte.
Propósito: Todas las actividades y oraciones de este día, ofrecerlas
por aumentar ese amor a Cristo en nuestros corazones y
que ese fuego encendido ilumine a nuestra familia, compañeros y
amigos.
Diálogo con Cristo: Santísima Trinidad, gracias por esta oración y
por el don de mi bautismo. Esa chispa de vida
divina que recibí debe estar en continuo crecimiento. No quiero
que las presiones externas o mi propia debilidad, me lleven
a la mediocridad o la indiferencia que puede apagar esta
luz. Te agradezco mi familia y te suplico que nunca
permitas que yo sea piedra de tropiezo en su fe.
Dame la sabiduría para saber cuándo hablar y cuándo quedarme
callado.
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La caridad es el fuego que Cristo espera arder en los corazones de los que le amen.
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