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Elogio de la madre de Jesús |
Lucas 11, 27-28
Sucedió que, estando él diciendo estas cosas, alzó
la voz una mujer de entre la gente, y dijo:
«¡Dichoso el seno que te llevó y los pechos
que te criaron!» Pero Él dijo: «Dichosos más bien los
que oyen la Palabra de Dios y la guardan».
Oración introductoria: Padre,
que sepamos escuchar tu Palabra para convertirnos en testigos
y, aún más, en portadores de Jesús resucitado en el
mundo.
Petición: Jesús confío en Ti, que nunca dejes que seamos tentados
por encima de nuestras fuerzas. Y que siempre nos darás
el ciento por uno y la vida eterna, cada vez
que dejemos todo y te sigamos.
Meditación del Papa: «En efecto, si
vosotros no sois sus testigos en vuestros ambientes, ¿quién lo
hará por vosotros? El cristiano es, en la Iglesia y
con la Iglesia, un misionero de Cristo enviado al mundo.
Ésta es la misión apremiante de toda comunidad eclesial: recibir
de Dios a Cristo resucitado y ofrecerlo al mundo, para
que todas las situaciones de desfallecimiento y muerte se transformen,
por el Espíritu, en ocasiones de crecimiento y vida. Para
eso debemos escuchar más atentamente la Palabra de Cristo y
saborear asiduamente el Pan de su presencia en las celebraciones
eucarísticas. Esto nos convertirá en testigos y, aún más, en
portadores de Jesús resucitado en el mundo, haciéndolo presente en
los diversos ámbitos de la sociedad y a cuantos viven
y trabajan en ellos, difundiendo esa vida “abundante” que ha
ganado con su cruz y resurrección y que sacia las
más legítimas aspiraciones del corazón humano» (Benedicto XVI, 14 de
mayo de 2010).
Reflexión: Muchas veces el cariño que sentimos hacia
María se trasluce en un mohín de disgusto al escuchar
este pasaje. ¿No fue Cristo injusto -o a lo menos
descortés- con su madre al responder así ante el piropo
que le brindaban? A simple vista podría parecer que sí,
pero si lo pensamos más aguda y profundamente, concluiremos que
lo que en realidad buscó -y logró- con esa respuesta,
fue que María no fuese alabada y querida por el
hecho físico de llevar a Jesús en el seno y
alimentarlo, sino por algo infinitamente más grande: cumplir la voluntad
de Dios y perseverar en ella todos los días de
su vida. María -aun siendo madre de Dios- tenía todos los
ingredientes para ser una perfecta infeliz: de clase baja, en
un país ocupado, perseguida por la autoridad, prófuga en Egipto
con un niño recién nacido, viuda en plena juventud, solitaria
en una aldehuela miserable, con un hijo al que la
familia considera loco, víctima de las lenguas que le cuentan
cómo los poderosos desprecian a su único hijo -un predicador-
y buscan su muerte. Y lo más impresionante, su propio
hijo la abandona y aparentemente la infravalora en público. Tenemos
buenos argumentos para un melodrama o una telenovela lacrimógena. Jesús
-contra todo pronóstico- la presenta como modelo de felicidad sólo
porque oyó y cumplió la palabra de Dios. A veces
sentimos que nos agobia el mucho trabajo, el estrés, el
estrecho sueldo que hay que estirar cada mes, los plazos
del coche, la casa y los electrodomésticos que aún no
pagamos... Sufrimos porque no entendemos la actitud de ese hijo
que se entrega completamente a Dios y parece que nos
abandona en el momento más difícil para la familia. Todo
esto y mucho más vivió la Virgen, añadiendo el aparente
abandono de Dios. Sin embargo, aquí no se queda la
historia. María vivió en esta vida las cosas más grandes
y sublimes, fue elegida predilecta de Dios en todo momento
y el amor de Dios invadía su persona y, por
tanto, su vida. María rezaba. Nosotros también podemos vivir cosas
similares a ella y hemos de ser conscientes de que
ante todo, las cruces son una muestra del amor inmenso
de Dios, del amor de predilección de Dios hacia nosotros.
Él nunca va a dejar que estemos siendo tentados por
encima de nuestras fuerzas. Y siempre nos dará el ciento
por uno y la vida eterna, cada vez que dejemos
todo y le sigamos.
Propósito: Escuchar, como nos dice el Papa, más
atentamente la Palabra de Cristo y saborear el Pan
de su presencia en las celebraciones eucarísticas.
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Jesús la presenta como modelo de felicidad porque oyó y cumplió la palabra de Dios.
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