|
Curación de un leproso |
Del santo Evangelio según san Marcos 1, 40-45
Se le acerca
un leproso suplicándole y, puesto de rodillas, le dice: «Si
quieres, puedes limpiarme». Compadecido de él, extendió su mano, le
tocó y le dijo: «Quiero; queda limpio». Y al instante,
le desapareció la lepra y quedó limpio. Le despidió al
instante prohibiéndole severamente: «Mira, no digas nada a nadie, sino
vete, muéstrate al sacerdote y haz por tu purificación la
ofrenda que prescribió Moisés para que les sirva de testimonio».
Pero él, así que se fue, se puso a pregonar
con entusiasmo y a divulgar la noticia, de modo que
ya no podía Jesús presentarse en público en ninguna ciudad,
sino que se quedaba a las afueras, en lugares solitarios.
Y acudían a él de todas partes.
Oración introductoria: Señor, si
Tú quieres esta meditación puede hacer la diferencia en mi
día, y en mi vida. Vengo ante Ti como el
leproso, necesito de tu gracia. Tócame y sáname de todas
mis iniquidades, de mi egoísmo, de mi soberbia, de mi
vanidad, de mi indiferencia.
Petición: Ayúdame, Jesús, a vivir tu Evangelio
al convertirme en un apóstol fiel y esforzado de tu
Reino.
Meditación del Papa: Un maravilloso comentario existencial a este Evangelio es
la famosa experiencia de san Francisco de Asís, que lo
resume al principio de su Testamento: "El Señor me dio
de esta manera a mí, hermano Francisco, el comenzar a
hacer penitencia: cuando estaba en el pecado, me parecía algo
demasiado amargo ver a los leprosos. Y el Señor mismo
me condujo entre ellos, y practiqué la misericordia con ellos.
Y al apartarme de los mismos, aquello que me parecía
amargo, se me convirtió en dulzura del alma y del
cuerpo; y después me quedé un poco, y salí del
mundo". En los leprosos, que Francisco encontró cuando todavía estaba
"en el pecado" --como él dice--, Jesús estaba presente, y
cuando Francisco se acercó a uno de ellos, y, venciendo
la repugnancia que sentía lo abrazó, Jesús lo sanó de
su lepra, es decir de su orgullo, y lo convirtió
al amor de Dios. ¡Esta es la victoria de Cristo,
que es nuestra sanación profunda y nuestra resurrección a una
vida nueva!» (Benedicto XVI, 12 de febrero de 2012).
Reflexión: El
leproso del evangelio de hoy nos presenta una realidad
muy cercana a nosotros: la pobreza de nuestra condición humana.
Nosotros la experimentamos y nos la topamos a diario: las
asperezas de nuestro carácter que dificultan nuestras relaciones con los
demás; la dificultad y la inconstancia en la oración; la
debilidad de nuestra voluntad, que aun teniendo buenos propósitos se
ve abatida por el egoísmo, la sensualidad, la soberbia ...
Triste condición si estuviéramos destinados a vivir bajo el yugo
de nuestra miseria humana. Sin embargo, el caso del leproso
nos muestra otra realidad que sobrepasa la frontera de nuestras
limitaciones humanas: Cristo. El leproso es consciente de su limitación y
sufre por ella, como nosotros con las nuestras, pero al
aparecer Cristo se soluciona todo. Cristo conoce su situación y
no se siente ajeno a ella, más aún se enternece,
como lo hace la mejor de las madres. Quizá nosotros
mismos lo hemos visto de cerca. Cuando una madre
tiene a su hijo enfermo es cuando más cuidados le
brinda, pasa más tiempo con él, le ofrece más cariño,
se desvela por él, etc. Así ocurre con Cristo. Y
este evangelio nos lo demuestra; el leproso no es despreciado
ni se va defraudado, sino que recibe de Cristo lo
que necesita y se va feliz, compartiendo a los demás
lo que el amor de Dios tiene preparado para sus
hijos. Pongamos con sinceridad nuestra vida en manos de Dios
con sus méritos y flaquezas para arrancar de su bondad
las gracias que necesitamos.
Propósito: Rezar durante el día una jaculatoria
que me ayude a transformar mi orgullo en amor. Puede
ser: Jesús, haz mi corazón semejante al tuyo.
Diálogo con
Cristo: Gracias, Jesús, por apiadarte de mis dolencias y darme la
posibilidad de experimentar tu cercanía en esta meditación. Creo en
tu misericordia y humildemente te pido me ayudes a saber
reconocer todas mis infidelidades y a poner medios concretos
para superarlas. Además confío en que sabré, como el leproso,
divulgar tu Buena Nueva de salvación en mi entorno familiar
y social, porque lo que más deseo para este 2013,
es que muchos otros experimenten tu amor.
|
|
Pongamos con sinceridad nuestra vida en manos de Dios con sus méritos y flaquezas.
ResponderEliminar