viernes, 25 de enero de 2013

Lecturas del Día Jueves, enero 24, 2013

Primera lectura:
De la carta a los hebreos: 7, 23-8, 6
Hermanos: Durante la antigua alianza hubo muchos sacerdotes, porque la muerte les impedía permanecer en su oficio. En cambio, Jesucristo tiene un sacerdocio eterno, porque El permanece para siempre. De ahí que sea capaz de salvar, para siempre, a los que por su medio se acercan a Dios, ya que vive eternamente para interceder por nosotros.
Ciertamente que un sumo sacerdote como este era el que nos convenía: santo, inocente, inmaculado, separado de los pecadores y elevado por encima de los cielos; que no necesita, como los demás sacerdotes, ofrecer diariamente víctimas, primero por sus pecados y después
por los del pueblo, porque esto lo hizo de una vez para siempre, ofreciéndose a sí mismo. Porque los sacerdotes constituidos por la ley eran hombres llenos de fragilidades; pero el sacerdote constituido por las palabras del juramento posterior a la ley, es el Hijo eternamente perfecto.
Ahora bien, lo más importante de lo que estamos diciendo es que tenemos en Jesús a un sumo sacerdote tan excelente, que está sentado a la derecha del trono de Dios
en el cielo, como ministro del santuario y del verdadero tabernáculo, levantado por el Señor y no por los hombres.
Todo sumo sacerdote es nombrado para que ofrezca dones y sacrificios; por eso era también indispensable que Él tuviera algo que ofrecer. Si Él se hubiera quedado la tierra, ni siquiera sería sacerdote, habiendo ya quienes ofrecieran los dones prescritos por la ley. Pero estos son ministros de un culto que es figura y sombra del culto celestial, según lo reveló Dios a Moisés, cuando le mandó que construyera el tabernáculo: Mira, le dijo, lo harás todo según el modelo que te mostré en el monte. En cambio, el ministerio de Cristo es tanto más excelente, cuanto que Él es el mediador de una mejor alianza, fundada en mejores promesas.

Salmo responsorial:
Del salmo 39
Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad.
Sacrificios y ofrendas no quisiste, abriste, en cambio, mis oídos a tu voz. No exigiste holocaustos por la culpa, así que dije: "Aquí estoy".
En tus libros se me ordena hacer tu voluntad; esto es, Señor, lo que deseo: tu ley en medio de mi corazón.
He anunciado tu justicia en la gran asamblea; no he cerrado mis labios, tú lo sabes, Señor.
Que se gocen en ti y que se alegren todos los que te buscan. Cuantos quieren de ti la salvación repiten sin cesar: ¡Qué grande es Dios!".

Evangelio:
Del santo Evangelio según san Marcos: 3, 7-12
En aquel tiempo, Jesús se retiró con sus discípulos a la orilla del mar, seguido por una muchedumbre de galileos. Una gran multitud, procedente de Judea y Jerusalén, de Idumea y Transjordania y de la parte de Tiro y Sidón, habiendo tenido noticias de lo que Jesús hacía, se trasladó a donde Él estaba.
Entonces rogó Jesús a sus discípulos que le consiguieran una barca para subir en ella, porque era tanta la multitud, que estaba a punto de aplastarlo.
En efecto, Jesús había curado a muchos, de manera que todos los que padecían algún mal, se le echaban encima para tocarlo. Cuando los poseídos por espíritus inmundos lo veían, se echaban a sus pies y gritaban: “Tú eres el Hijo de Dios". Pero Jesús les prohibía que lo manifestaran.

1 comentario:

  1. En los dos relatos que nos ofrece la liturgia de la Palabra aparece la idea de la filiación divina. Para el autor de la Carta a los Hebreos, estaba fuera de toda duda la creencia en la filiación divina. Jesús era el Hijo de Dios, que había renunciado a sus privilegios divinos, asumiendo una condición mortal con todas sus consecuencias, excepto el pecado. Como Hijo, se había hecho solidario con sus hermanos, asumiendo la adversidad y el sufrimiento que implicaba testimoniar el amor de Dios ante unas instituciones religiosas y políticas aferradas al poder. Jesús, siendo obediente al Padre, había entregado su propia vida como ofrenda generosa. El Evangelio de san Marcos nos relata la creciente popularidad de Jesús en los comienzos de su ministerio galileo. Esa fama podría convertirse en una tentación. La popularidad podría orillarlo a usar el poder de manera espectacular para imponerse a aquella gente descreída. Por esa razón el evangelista exhibe a los demonios como manipuladores que confesaban la divinidad de Jesús con la intención de hacer fracasar su misión.

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