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La fe como un grano de mostaza |
Del santo Evangelio según san Mateo 17, 14-20
En aquel tiempo,
se acercó a Jesús un hombre, que le dijo de
rodillas: Señor, ten compasión de mi hijo, que tiene epilepsia
y le dan ataques: muchas veces se cae en el
fuego o en el agua. Se lo he traído a
tus discípulos, y no han sido capaces de curarlo. Jesús
contestó: ¡Gente sin fe y perversa! ¿Hasta cuándo os tendré
que soportar? Traédmelo. Jesús increpó al demonio, y salió; en
aquel momento se curó el niño. Los discípulos se acercaron
a Jesús y le preguntaron, aparte: ¿Y por qué no
pudimos echarlo nosotros? Les contestó: Por vuestra poca fe. Os
aseguro que, si fuera vuestra fe como un grano de
mostaza, le diríais a aquella montaña que viniera aquí, y
vendría. Nada os sería imposible. Oración introductoria: Señor, me
falta fe... para ser perseverante en mi oración, para amar
mejor a los demás, para ser fiel a mi misión.
Inicio mi oración haciendo silencio en mi corazón; no un
silencio vacío, sino lleno de esperanza al estar ante ti,
poniéndome humildemente ante tu presencia, con la seguridad que por
el gran amor que me tienes, fortalecerás mi fe.
Petición: Jesús,
dame la gracia de asimilar que la verdadera oración consiste
en unir mi voluntad a la de Dios.
Meditación del Papa: Quién
no ve aquí descrito también precisamente nuestro mundo, en el
que el cristiano está amenazado por una atmósfera anónima, por
"lo que está en el aire", que quiere hacerle ver
su fe como ridícula e insensata? ¿Quién no ve que
existen contaminaciones del clima espiritual a escala universal que amenazan
a la humanidad en su dignidad, incluso en su existencia?
Los hombres, y también las comunidades humanas, parecen estar irremediablemente
abandonadas a la acción de estos poderes. El cristiano sabe
que tampoco puede hacer frente por sí solo a esa
amenaza. Pero en la fe, en la comunión con el
único verdadero Señor del mundo, se le han dado las
"armas de Dios", con las que -en comunión con todo
el cuerpo de Cristo- puede enfrentarse a esos poderes, sabiendo
que el Señor nos vuelve a dar en la fe
el aire limpio para respirar, el aliento del Creador, el
aliento del Espíritu Santo, solamente en el cual el mundo
puede ser sanado. Joseph Ratzinger, Benedicto XVI, Jesús de
Nazaret, primera parte, p. 74.
Reflexión: Se puso de rodillas. ¿Te imaginas
a un padre de familia, desesperado, poniéndose de rodillas delante
de alguien que aparentemente es un hombre como los demás?
¿Qué le movió a hacerlo? El amor a su hijo. Primero
lo había intentado con los discípulos, pero ellos no pudieron
curar al chico de los ataques de epilepsia. Luego ve
al Señor, se acerca y cae de rodillas ante Él.
No tiene ninguna vergüenza. No le importa lo que digan
de él. Únicamente busca el bien de aquel a quien
ama. Jesús, conociendo el amor que brotaba del corazón de ese
hombre, curó al hijo. Por su parte, los discípulos no entendían
en qué habían fallado. Jesús les respondió que les faltaba
fe. No dice que no tienen fe, sino que aún
es muy pequeña. La fe, aunque es un don de Dios,
debe crecer y fortalecerse con nuestra colaboración. Es como ir
a un gimnasio: al levantar las pesas una y otra
vez, nuestros músculos se desarrollan. La fe también debe ejercitarse,
ponerse a prueba, alimentarse. Si nos conformamos con la fe
que teníamos a los diez años, cuando hicimos la primera
comunión, es lógico que nuestro “músculo” espiritual esté raquítico. Necesitamos
una fe adulta, resistente, alimentada con las lecturas adecuadas, con
la oración diaria, con los sacramentos y con todo aquello
que nos ayude a fortalecerla.
Propósito: Rezar con mucha fe, diariamente, la
oración a mi ángel custodio
Diálogo con Cristo: El ingrediente secreto
para tener éxito en cualquier cosa es la fe. No
es necesario nada más. Jesús, ahora veo que la oración
no es opcional, sino que es el medio por el
cual podemos crecer en la fe. Sólo quien reza, es
decir, quien confía en Dios, con un amor filial, puede
sanarse a sí mismo y a los demás.
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La fe, aunque es un don de Dios, debe crecer y fortalecerse con nuestra colaboración.
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