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El juicio de los fariseos |
Del santo Evangelio según san Mateo 12, 38-42
En aquel tiempo,
un grupo de letrados y fariseos dijeron a Jesús: Maestro,
queremos ver un milagro tuyo. Él les contestó: Esta generación
perversa y adúltera exige una señal; pues no se le
dará más signo que el del profeta Jonás. Tres días
y tres noches estuvo Jonás en el vientre de la
ballena, pues tres días y tres noches estará el Hijo
del Hombre en el seno de la tierra. Cuando juzguen
a esta generación, los hombres de Nínive se alzarán y
harán que la condenen, porque ellos se convirtieron con la
predicación de Jonás, y aquí hay uno que es más
que Jonás. Cuando juzguen a esta generación, la reina del
Sur se levantará y hará que la condenen, porque ella
vino desde los confines de la tierra, para escuchar la
sabiduría de Salomón, y aquí hay uno que es más
que Salomón.
Oración introductoria: Señor, humildemente te suplico tu perdón por todas
mis faltas. Ilumina mi oración para que no caiga en
la mezquindad farisaica de pedir pruebas de tu amor. Creo
en Ti, confío plenamente en tu misericordia y te amo
sobre todas las cosas.
Petición: Jesús resucitado, dame la fe y tu
gracia para crecer en el amor.
Meditación del Papa: Lo mismo ocurre
siempre de nuevo en la Eucaristía: ante la oración de
la Iglesia, el Señor anticipa en ella su segunda venida,
viene ya, celebra ahora la boda con nosotros, nos hace
salir de nuestro tiempo lanzándonos hacia aquella "hora". De esta
manera comenzamos a entender lo sucedido en Caná. La señal
de Dios es la sobreabundancia. Lo vemos en la multiplicación
de los panes, lo volvemos a ver siempre, pero sobre
todo en el centro de la historia de la salvación:
en el hecho de que se derrocha a sí mismo
por la mísera criatura que es el hombre. Este exceso
es su "gloria". La sobreabundancia de Caná es, por ello,
un signo de que ha comenzado la fiesta de Dios
con la humanidad, su entregarse a sí mismo por los
hombres. El marco del episodio -la boda- se convierte así
en la imagen que, más allá de sí misma, señala
la hora mesiánica: la hora de las nupcias de Dios
con su pueblo ha comenzado con la venida de Jesús.
Joseph Ratzinger, Benedicto XVI, Jesús de Nazaret, primera parte, pág.
102.
Reflexión: Vivimos en la era de internet, de las comunicaciones mundiales
en tiempo real, de las empresas de mensajería que en
menos de 24 horas mandan un paquete al otro extremo
del globo terráqueo. El hombre moderno todo lo quiere ver,
todo lo quiere tocar. Quiere pruebas de todo lo que
se le dice. Esto no es algo exclusivo de nuestro tiempo.
A Jesucristo también los judíos le pedían señales para creer.
Querían ver y tocar. Y no es que Cristo no
hubiese hecho señales, pues todos sabemos que curó a enfermos
y libró a muchos de espíritus que les atormentaban. A
los judíos de aquel entonces no les bastaba eso. Querían
verlo por sus mismos ojos. Querían tocar, sentir el milagro. Nosotros
los cristianos podemos correr el peligro de pedir a Cristo
que nos envíe una señal para seguir creyendo. Sabemos que
Él es Dios, pero queremos dar gusto a nuestros sentidos.
Queremos ver y tocar. ¿Queremos un Cristo "showman", un espectáculo
que nos ahorre el esfuerzo de la fe? Nos olvidamos
de que Dios no está en las grandes tempestades ni
en los terremotos, no está en los telediarios ni en
las primeras páginas de los periódicos. Dios se hace presente
en el susurro que se escucha en nuestras almas, en
el momento de silencio en el que le buscamos tras
una jornada de trabajo llena de dificultades y ajetreo, en
el encuentro familiar de oración en el que le hacemos
partícipes de nuestras cosas, en la paz del corazón de
quien deja por un momento todas las cosas para escuchar
de Aquel que le ama las palabras de amor que
le ayudan a creer en Él con mayor certeza que
si nos hubiese dado las señales que le pedíamos.
Propósito: No reducir
mi oración a la petición, sino también contemplar, adorar y
agradecer a Dios su amor.
Diálogo con Cristo: En vez de pedir
pruebas debo exigirme medios concretos para crecer en la humildad
y el amor, los mejores medios para evitar el pecado.
Señor, cuando me arrepiento, reconozco que he fallado en mi
amor, me remuerde haber correspondido tan miserablemente a quien es
todo amor. Me olvido de que te tengo siempre en
mi corazón, por la presencia de la gracia santificante en
mi alma. Gracias por tu paciencia, quiero amarte más el
día de hoy. Estaré más atento a hablar contigo durante
el día.
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Nosotros podemos correr el peligro de pedir a Cristo que nos envíe una señal para seguir creyendo.
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