viernes, 17 de febrero de 2012

Lecturas del Día Viernes, febrero 17, 2012

Primera Lectura:
Lectura de la carta del apóstol Santiago (2, 14-24. 26)
Hermanos míos: ¿De qué le sirve a uno decir que tiene fe, si no la demuestra con obras? ¿Acaso podrá salvarlo esa fe? Supongamos que algún hermano o hermana carece de ropa y del alimento necesario para el día, y que uno de ustedes le dice: "Que te vaya bien; abrígate y come", pero no le da lo necesario para el cuerpo, ¿de qué le sirve que le digan eso? Así pasa con la fe; si no se traduce en obras, está completamente muerta.
Quizás alguien podría decir: "Tú tienes fe y yo tengo obras. A ver cómo, sin obras, me demuestras tu fe; yo, en cambio, con mis obras te demostraré mi fe".
Tú crees, por ejemplo, que hay un solo Dios y haces bien; pero los demonios también creen eso y, sin embargo, tiemblan. ¿Quieres saber, hombre ignorante, por qué la fe sin obras es estéril? ¿Acaso nuestro padre Abraham no fue justificado por sus obras, cuando ofreció a su hijo Isaac sobre el altar? Fíjate cómo su fe colaboraba con sus obras y por las obras se perfeccionaba su fe. Así se cumplió lo que dice aquel pasaje de la Escritura: Abraham tuvo fe en Dios y eso le valió la justificación, y por eso se le llamó "amigo de Dios".
Ya ven cómo la persona es justificada por las obras, no por la fe sola. Pues así como un cuerpo que no respira es un cadáver, la fe sin obras está muerta.

Salmo Responsorial:
Salmo 111
Dichosos los que temen al Señor.
Dichosos los que temen al Señor y aman de corazón sus mandamientos; poderosos serán sus descendientes. Dios bendice a los hijos de los buenos.
Fortuna y bienestar habrá en su casa, siempre obrarán conforme a la justicia. Quien es justo, clemente y compasivo, como una luz en las tinieblas brilla.
Quienes, compadecidos, prestan y llevan su negocio honradamente, jamás se desviarán; vivirá su recuerdo para siempre.

Evangelio:
Lectura del santo Evangelio según san Marcos (8, 34-9, 1)
En aquel tiempo, Jesús llamó a la multitud y a sus discípulos, y les dijo: "El que quiera venir conmigo, que renuncie a sí mismo, que cargue con su cruz y que me siga. Pues el que quiera salvar su vida, la perderá; pero el que pierda su vida por mí y por el Evangelio, la salvará. ¿De qué le sirve a uno ganar el mundo entero, si pierde su vida? ¿Y qué podrá dar uno a cambio para recobrarla? Si alguien se avergüenza de mí y de mis palabras ante esta gente, idólatra y pecadora, también el Hijo del hombre se avergonzará de él, cuando venga con la gloria de su Padre, entre los santos ángeles".
Y añadió: "Yo les aseguro que algunos de los aquí presentes no morirán sin haber visto primero que el Reino de Dios ha llegado ya con todo su poder".

1 comentario:

  1. Un par de palabras que nos resultan familiares. Nadie anhela ser un perdedor. La victoria es estimulante y seductora. El éxito personal, el logro profesional son buscados con enorme pasión. El Evangelio en cambio plantea una situación paradójica: perder la vida por Jesús equivale a ganarla. El éxito cristiano no llega temprano. Más bien se retarda. No hay atajos que nos ahorren el camino de la cruz. Por fidelidad a Jesús se va cargando la cruz. Cruz que no es necesariamente la entrega martirial de la vida, puesto que también puede vivirse la espiritualidad de la cruz, ayudando a otras personas a que se despojen de las falsas cruces, que el egoísmo y la intolerancia van cargando sobre los hombros de las personas más vulnerables.

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