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Las vacaciones de Jesús |
Marcos 6, 30-34 Los apóstoles se reunieron con Jesús y le
contaron todo lo que habían hecho y lo que habían
enseñado. Entonces Él les dijo: Vengan conmigo a un lugar
solitario, para que descansen un poco. Pues los que iban
y venían eran muchos, y no les quedaba tiempo ni
para comer. Y se fueron en la barca, aparte, a
un lugar solitario. Pero les vieron marcharse y muchos cayeron
en cuenta; y fueron allá corriendo, a pie, de todas
las ciudades y llegaron antes que ellos. Y al
desembarcar, vio mucha gente, sintió compasión de ellos, pues estaban
como ovejas que no tienen pastor, y se puso a
enseñarles muchas cosas.
Reflexión: Julio es, para la mayoría de la
gente, el mes de las vacaciones. Y parece que nuestro
Señor quiso, incluso en esto, hacerse semejante a nosotros. El
Evangelio de hoy nos cuenta que Jesús, viendo fatigados a
sus apóstoles al volver de la misión, los invita a
tomarse unas breves vacaciones: “Venid vosotros solos –les dice– a
un lugar tranquilo y apartado para que descanséis un poco”.
Y es que “eran tantos los que iban y venían,
que no encontraban tiempo ni para comer”. Bastante trabajo debían
tener los Doce para que nuestro Señor tomara esta iniciativa. Y,
a la vez, ¡qué gesto tan hermoso y tan humano
de parte de Jesús hacia sus apóstoles! No se le
escapa ningún detalle y, como buen Amigo y compañero, se
preocupa de que no les falte un saludable “weekend” para
que descansen y repongan las fuerzas perdidas por el desgaste
del apostolado. ¡Un feliz paseo en barca por el mar
de Galilea en compañía de Jesús! ¡Qué descanso y qué
compañía! Sin embargo, en contra de las previsiones y a pesar
del programa de “veraneo” que el Señor pensaba organizar a
los suyos, mucha gente los ve marcharse y van detrás
de Jesús y de los Doce, por tierra, para volver
a encontrarse con ellos en el lugar adonde se dirigían.
Poco tiempo les duraron sus “vacaciones” porque, al desembarcar, continuaron
con sus afanes apostólicos y misioneros. ¡Qué ejemplo de entrega
a los demás! A pesar de que se tenían bastante
merecido su descanso, deben olvidarse de sí mismos y renunciar
al legítimo reposo físico para continuar ayudando y sirviendo a
su prójimo. Al menos, pudieron descansar unas horas. Y, conociendo
la delicadeza de nuestro Señor, seguramente algunos días más tarde
disfrutarían de un sabroso fin de semana de descanso. Y aquí
el evangelista nos presenta un rasgo sumamente bello y revelador
de la persona de nuestro Señor Jesucristo: “Al desembarcar, vio
una grande multitud y le dio lástima de ellos, porque
andaban como ovejas sin pastor”. Sin duda alguna, este gesto
del Maestro debió impresionarles poderosamente a los apóstoles porque Mateo
hace esta misma observación tres veces consecutivas: antes de enviar
a sus discípulos a la misión (Mt 9, 36-38) y
antes de las dos multiplicaciones de los panes (Mt 14,
12ss y Mt 15, 32ss). El verbo griego que emplean
los evangelistas es muy fuerte y significa, literalmente, “sentir ternura
por alguien”, “conmoverse las entrañas de compasión por una persona”.
¡Qué hermosos y sublimes los sentimientos de nuestro Señor! Pero no
son sentimientos vacíos y estériles, sino que lo lleva a
la acción y a buscar soluciones concretas para aliviar esas
necesidades. En el primer caso, la compasión empuja a Jesús
a mandar a sus apóstoles a la misión; y en
los otros dos, le lleva a hacer numerosas curaciones y
a saciar el hambre de toda esa pobre gente, signos
externos de lo que estaba realizando en el alma de
aquellas personas. Marcos nos presenta a nuestro Señor entregándose sin
descanso, en cuerpo y alma, a la predicación y a
la enseñanza de las multitudes: “y enseguida –nos dice el
evangelista– se puso a enseñarles con calma”. ¡Qué gran corazón
de Jesús! ¡Qué bondad de Pastor, qué ternura de Padre,
qué delicadeza de Amigo! Si así de generoso y de
misericordioso es nuestro Señor, ¿quién tendrá miedo de acercarse a
El? El Papa Juan Pablo II decía a los miles de
peregrinos reunidos en la Plaza de San Pedro, que las
vacaciones de verano deben ser un período particularmente propicio para
redescubrir los auténticos valores del espíritu. “Las numerosas ocupaciones y
los ritmos acelerados de la vida –afirmaba– hacen que en
ocasiones sea difícil cultivar esta importante dimensión espiritual. Las vacaciones
veraniegas, si no son "quemadas" por la disipación y la
simple diversión, pueden convertirse en una ocasión propicia para volver
a dar aliento a la vida interior”. Ojalá que, a
la luz del Evangelio de hoy y siguiendo el consejo
del Santo Padre, sepamos aprovechar este período de vacaciones para
renovar la paz y la serenidad de nuestro espíritu a
través de una sana recreación y esparcimiento; y que dejemos
también un espacio importante para el cultivo de nuestra alma
a través de la oración, de las buenas lecturas, la
meditación y la participación en los sacramentos para encontrarnos personalmente
con Dios nuestro Señor. ¡Felices y provechosas vacaciones para todos!
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Vengan conmigo a un lugar solitario, para que descansen un poco. ¡Qué gesto tan hermoso y tan humano de parte de Jesús hacia sus apóstoles!
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