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El desierto: un camino difícil, pero necesario |
Del santo Evangelio según san Marcos 1, 12-15
En aquel tiempo,
el Espíritu impulsó a Jesús a retirarse al desierto, donde
permaneció cuarenta días y fue tentado por Satanás. Vivió allí
entre animales salvajes, y los ángeles le servían. Después de que
arrestaron a Juan Bautista, Jesús se fue a Galilea para
predicar el Evangelio de Dios y decía: Se ha cumplido
el tiempo y el Reino de Dios ya está cerca.
Arrepiéntanse y crean en el Evangelio.
Oración introductoria: Señor, el domingo
es ese día central en que debo procurar tener un
tiempo especial para Ti. Ilumíname, dame la luz y la
fuerza de tu Espíritu Santo, para que sepa retirarme de
toda distracción y hoy pueda tener un auténtico diálogo contigo,
de corazón a corazón, en la oración.
Petición: Señor, concédeme saber
escuchar tu Palabra y hacerla vida en mi vida.
Meditación del
Papa: Esta conversión es posible porque Dios es rico en misericordia
y grande en el amor. La suya es una misericordia
regeneradora, que crea en nosotros un corazón puro, renueva en
el interior un espíritu firme, restituyéndonos la alegría de la
salvación. Dios, de hecho, no quiere la muerte del pecador,
sino que se convierta y viva. Hoy resuena para nosotros
la llamada "Volved a mi con todo el corazón"; hoy
somos nosotros los llamados a convertir nuestro corazón a Dios,
conscientes siempre de no poder llevar a cabo nuestra conversión
nosotros solos, con nuestras fuerzas, porque es Dios quien nos
convierte. Él nos ofrece una vez más su perdón, invitándonos
a volver a Él para darnos un corazón nuevo, purificado
del mal que lo oprime, para hacernos tomar parte en
su alegría. Nuestro mundo necesita ser convertido por Dios, necesita
de su perdón, de su amor, necesita un corazón nuevo.
(Benedicto XVI, 9 de marzo de 2011).
Reflexión: Cruzado el umbral del
miércoles de Ceniza, nos encontramos ya en pleno período cuaresmal.
El Evangelio de hoy es muy cortito, pero muy rico
de significado. Vale la pena detenernos un momento en la
primera frase: "El Espíritu empujó a Jesús al desierto, y
se quedó en el desierto cuarenta días". ¡Esto es la
Cuaresma: 40 días de desierto! La palabra "cuaresma" deriva del latín:
"quadragesima", que quiere decir precisamente "cuarenta". El pueblo cristiano desde
siempre ha vivido con especial intensidad este período, que precede
a la celebración anual de los misterios de la pasión,
muerte y resurrección de Cristo. Este tiempo evoca antiguos acontecimientos
bíblicos de gran simbolismo espiritual: 40 fueron los años de
peregrinación del pueblo de Israel por el desierto hacia la
tierra prometida; 40 los días de permanencia de Moisés en
el monte Sinaí, en pleno desierto, en donde Dios renovó
la alianza con su pueblo y le entregó las Tablas
de la Ley; los días que recorrió Elías por el
desierto hasta llegar a encontrarse con el Señor en el
monte Horeb, también fueron 40; y 40 los días que
nuestro Señor Jesucristo transcurrió en el desierto orando y ayunando,
antes de iniciar su vida pública, que culminaría en el
Calvario, en donde llevaría a término nuestra redención. La coincidencia numérica
es interesante. Pero mucho más significativo aún es el marco
geográfico en el que tienen lugar todos estos acontecimientos: el
desierto. En la literatura bíblica aparece muy a menudo el
tema del desierto, no sólo como un lugar físico, sino
también como un simbolismo de carácter espiritual. Parecería que Dios
tuviera una predilección especial por este escenario para llevar a
cabo sus obras de salvación. Vayamos juntos al desierto y
veámoslo. Se trata de un lugar árido e inhóspito. No hay
nada, ni lo más elemental. Allí se sufre todo tipo
de incomodidades: la sed y el calor, las inclemencias del
tiempo, los cambios bruscos de temperatura, las molestias de la
arena, las privaciones y carencias materiales no ya de las
cosas fútiles, sino también incluso de las más necesarias. El
desierto es un paraje solitario y silencioso. Es lo opuesto
al ruido y a la algarabía, al consumismo, a la
molicie, a la vida fácil y placentera de nuestras ciudades
modernas. Es para gente austera y templada. Por eso, la realidad
física del desierto puede ser como un símbolo de la
vida espiritual: es el lugar del desprendimiento de todo lo
superfluo; una invitación a la austeridad y al retorno a
lo esencial. Es allí en donde el hombre experimenta su
fragilidad y sus propias limitaciones; el lugar de la prueba
y de la purificación. Pero también el escenario más apropiado
para la búsqueda y el encuentro personal con Dios en
la oración, en el silencio del alma y en la
soledad de las creaturas. El libro del profeta Oseas nos
ofrece un pasaje muy hermoso a este propósito: Dios habla
al pueblo de Israel como a su esposa del alma,
que ha sido infiel a su promesa de amor; y
la conduce al desierto para renovar con ella su pacto
de amor y fidelidad: "Por eso, yo voy a seducirla
y la llevaré al desierto -dice el Señor- y le
hablaré al corazón... y allí cantará como cantaba en los
días de su juventud" (Os 2, 16-17). El desierto se
nos presenta como el lugar más apropiado para el encuentro
con el Dios del amor y de la alianza. El
ambiente exterior favorece el recogimiento e invita a la oración.
Por eso, antiguamente, los monjes se retiraban al desierto para
hablar y unirse con Dios; a los primeros eremitas y
anacoretas se les llamó con el sugestivo nombre de "padres
del desierto". Pero el desierto no es poesía, y no hay
que interpretarlo en una clave meramente intimista. Es arduo y
difícil, pero necesario. Y nuestra vida cristiana tiene que pasar
necesariamente por el desierto. Es decir, por la experiencia del
silencio y de la soledad, del desprendimiento de las cosas
materiales, del sacrificio y, sobre todo, de la oración y
del encuentro íntimo y personal con Dios. Más aún, todo
lo anterior es sólo como una preparación para que el
alma se encuentre a sus anchas con su Creador. A
muchos hombres y mujeres del siglo XXI estas palabras podrían
tal vez resultar incómodas, y hasta incomprensibles. Y no es
de extrañar. Pero es un camino por el que tenemos
que entrar si queremos llegar a la Vida. Sin embargo, todos
los seres humanos -independientemente de nuestro credo, cultura, edad, sexo
o condición social- absolutamente todos, tenemos nuestras horas arduas de
aridez y de cansancio, de fatiga y de derrota; de
soledad, de sufrimiento, de desolación y de ceguera interior. Y
todo esto es también el desierto. Y estas horas amargas
pueden ser sinónimo de fecundidad y de vida si sabemos
vivirlas unidos a Dios. Entonces sí, el desierto será el
camino que nos lleve hasta la tierra prometida, el lugar
privilegiado para el encuentro con Dios y el escenario de
nuestra redención al lado de Cristo. La experiencia del desierto
nos conducirá al gozo pascual de la resurrección.
Propósito: Transmitir, a quienes
me rodean, el gozo y la serenidad que se experimenta
al confiar en la misericordia de Dios.
Diálogo con Cristo: Jesucristo, al
contemplar las tentaciones con las que Dios Padre permitió que
fueras tentado, confirmo que nunca debo aspirar a no tener
tentaciones sino a saber superarlas con fe y confianza, preparándome
permanentemente con la mejor arma: la oración; porque ante la
tentación, nunca me faltará la gracia ni la fortaleza del
Espíritu Santo. Padre mío, que sepa llevar este mensaje a
los demás, especialmente aquellos que están deprimidos y angustiados por
lo duro de esta vida.
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Nuestra vida cristiana tiene que pasar por el desierto, por el silencio, el desprendimiento, el sacrificio y la oración.
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