viernes, 2 de noviembre de 2012

Lecturas del Día Viernes, noviembre 2, 2012

Primera Lectura:
Del libro del profeta Isaías (25, 6. 7-9)
En aquel día, el Señor del universo preparará sobre este monte un festín con platillos suculentos para todos los pueblos. Él arrancará en este monte el velo que cubre el rostro de todos los pueblos, el paño que oscurece a todas las naciones. Destruirá la muerte para siempre; el Señor Dios enjugará las lágrimas de todos los rostros y borrará de toda la tierra la afrenta de su pueblo. Así lo ha dicho el Señor. En aquel día se dirá: "Aquí está nuestro Dios, de quien esperábamos que nos salvara. Alegrémonos y gocemos con la salvación que nos trae".

Salmo Responsorial:
Salmo 129
Señor, escucha mi oración.
Desde el abismo de mis pecados clamo a ti; Señor, escucha mi clamor; que estén atentos tus oídos a mi voz suplicante.
Si conservaras el recuerdo de las culpas, ¿quién habría, Señor, que se salvara? Pero de ti procede el perdón, por eso con amor te veneramos.
Confío en el Señor, mi alma espera y confía en su palabra; mi alma aguarda al Señor, mucho más que a la aurora el centinela.
Como aguarda a la aurora el centinela, aguarda Israel al Señor, porque del Señor viene la misericordia y la abundancia de la redención, y Él redimirá a su pueblo de todas sus iniquidades.

Segunda Lectura:
De la primera carta del apóstol san Pablo a los tesalonicenses (4, 13-14. 17-18)
Hermanos: No queremos que ignoren lo que pasa con los difuntos, para que no vivan tristes, como los que no tienen esperanza. Pues, si creemos que Jesús murió y resucitó, de igual manera debemos creer que, a los que murieron en Jesús, Dios los llevará con Él, y así estaremos siempre con el Señor. Consuélense, pues, unos a otros, con estas palabras.

Evangelio:
Del santo Evangelio según san Juan (6, 51-58)
En aquel tiempo, Jesús dijo a los judíos: "Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo; el que coma de este pan vivirá para siempre. Y el pan que yo les voy a dar es mi carne, para que el mundo tenga vida".
Entonces los judíos se pusieron a discutir entre sí: "¿Cómo puede éste darnos a comer su carne?".
Jesús les dijo: "Yo les aseguro: Si no comen la carne del Hijo del hombre y no beben su sangre, no podrán tener vida en ustedes. El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna y yo lo resucitaré el último día.
Mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre, permanece en mí y yo en él. Como el Padre, que me ha enviado, posee la vida y yo vivo por Él, así también el que me come vivirá por mí.
Éste es el pan que ha bajado del cielo; no es como el maná que comieron sus padres, pues murieron. El que come de este pan, vivirá para siempre".

1 comentario:

  1. El ansia de eternidad está profundamente arraigada en el corazón del hombre. Desde el texto de Isaías resuena la promesa jubilosa: Dios organizará un banquete generoso para festejar la victoria sobre la muerte. Ya no habrá motivo alguno para hacer duelo, ni para llevar luto; el Señor aplastará al enemigo. La muerte no amedrentará a su pueblo. En vez de dejarse corroer por la angustia, los creyentes acrecentarán su esperanza —escribe san Pablo a los tesalonicenses—la victoria del resucitado es su mejor garantía. En la comunidad cristiana que surgió en torno de la predicación y el testimonio del apóstol Juan estaba más que viva una certeza: los cristianos que habían configurado su vida de acuerdo a la Verdad de Jesús tenían suficientes razones para saltar de gozo. La muerte no los separaría de manera definitiva de sus seres queridos y mucho menos de Dios. Cuantos se alimentaran de la Palabra y el Cuerpo de Cristo disfrutarían para siempre de la vida plena.

    ResponderEliminar