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La misericordia de Dios cura nuestra miseria |
Del santo Evangelio según san Juan 8, 1-11 En aquel
tiempo, Jesús se retiró al monte de los Olivos. Al
amanecer se presentó otra vez en el Templo, y todo
el pueblo acudía a Él. Entonces se sentó y se
puso a enseñarles.Los escribas y fariseos le llevan una mujer
sorprendida en adulterio, la ponen en medio y le dicen:
«Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en flagrante adulterio. Moisés
nos mandó en la Ley apedrear a estas mujeres. ¿Tú
qué dices?» Esto lo decían para tentarle, para tener
de qué acusarle. Pero Jesús, inclinándose, se puso a escribir
con el dedo en la tierra. Pero, como ellos insistían
en preguntarle, se incorporó y les dijo: «Aquel de vosotros
que esté sin pecado, que le arroje la primera piedra».
E inclinándose de nuevo, escribía en la tierra. Ellos, al
oír estas palabras, se iban retirando uno tras otro, comenzando
por los más viejos; y se quedó solo Jesús con
la mujer, que seguía en medio. Incorporándose Jesús le dijo:
«Mujer, ¿dónde están? ¿Nadie te ha condenado?» Ella respondió: «Nadie,
Señor». Jesús le dijo: «Tampoco yo te condeno. Vete, y
en adelante no peques más».
Oración introductoria: Señor, gracias por este
Evangelio que me confirma tu actitud ante el pecado, como
dijo SS Benedicto XVI, «no te interesa las caídas sino
las levantadas». Aquí estoy, arrepentido de todo lo bueno que
he dejado de hacer, confío en tu misericordia, te quiero
y deseo amarte con un corazón más puro, te suplico
me des esa gracia.
Petición: Ayúdame, Jesús, a experimentar tu misericordia
para que pueda dispensarla a los demás.
Meditación del Papa: El
evangelista san Juan pone de relieve un detalle: mientras los
acusadores lo interrogan con insistencia, Jesús se inclina y se
pone a escribir con el dedo en el suelo. San
Agustín observa que el gesto muestra a Cristo como el
legislador divino: en efecto, Dios escribió la ley con su
dedo en las tablas de piedra. Jesús, por tanto, es
el Legislador, es la Justicia en persona. Y ¿cuál es
su sentencia? "Aquel de vosotros que esté sin pecado, que
le arroje la primera piedra". Estas palabras están llenas de
la fuerza de la verdad, que desarma, que derriba el
muro de la hipocresía y abre las conciencias a una
justicia mayor, la del amor, en la que consiste el
cumplimiento pleno de todo precepto. Es la justicia que salvó
también a Saulo de Tarso, transformándolo en san Pablo. Cuando
los acusadores "se fueron retirando uno tras otro, comenzando por
los más viejos", Jesús, absolviendo a la mujer de su
pecado, la introduce en una nueva vida, orientada al bien:
"Tampoco yo te condeno; vete y en adelante no peques
más". (Benedicto XVI, 21 de marzo de 2010).
Reflexión: Un grupo de
judíos, capitaneados por algunos letrados y fariseos, presentan a Jesús
a una mujer sorprendida en adulterio, con la intención de
apedrearla. ¡Hipocresía y dureza de corazón que nos indigna! Acusan a
una mujer y se amparan en la Ley de Moisés
para poder condenarla a muerte y saciar en ella su
sed de odio y de sangre, bajo la apariencia de
"justicia ante la ley". Usan el nombre de Dios y
de su santa Ley para matar, asesinar y quebrantar el
mandamiento más importante, que es el de la caridad. Actitud
mezquina e inmisericorde que, en vez de perdonar a quien
falla y se equivoca, por los motivos que sean, se
ceban en el pecador para condenarlo sin ninguna piedad ni
compasión. Esto se llama fariseísmo y fanatismo. Algo de esto
es lo que estamos viendo ahora todos los días en
Medio Oriente y en muchas otras partes del mundo: violencia,
terrorismo, kamikazes que se "inmolan" para matar, asesinar y sembrar
el pánico entre la gente. ¡Matar en nombre de Dios!
Eso es una contradicción. Pero lo más lamentable y penoso de
estos fariseos es que, además de acusar a esta pobre
mujer, querían aprovechar esta ocasión para poder acusar y condenar
a muerte al mismo Jesús. ¡Dos objetivos igualmente malvados y
asesinos! Sin embargo, el comportamiento de nuestro Señor es totalmente diferente:
abre su corazón infinito, dulce y misericordioso para perdonar todas
las heridas morales de esta mujer. Pero no sólo la
perdona, sino que la comprende, la acoge, la defiende. Yo
creo que, más que el mismo perdón -que ya es
un gesto inmenso- lo más maravilloso de todo es la
manera como lo ofrece: con un respeto infinito, una dulzura
increíble, una comprensión inimaginable. Jesús no se escandaliza ni pone
el grito en el cielo porque "esta mujer ha sido
sorprendida en flagrante delito de adulterio". Palabras textuales de los
fariseos. ¡Hipócritas fanáticos y asesinos! Jesús no. Él calla. Se mantiene
sereno. Finge no oír las acusaciones. Se inclina y escribe
en la tierra como para hacerse el desentendido. Hace la
vista gorda y parece no ver ningún mal. Perdona. Comprende
las miserias humanas. Pero como los fariseos insistían en sus acusaciones,
nuestro Señor se incorpora y responde con un golpe magistral,
de los suyos, como Él sabe hacerlo: "El que esté
sin pecado, que le tire la primera piedra". Y después
de esta sentencia, otra vez se inclina y continúa escribiendo
en la tierra. No es la actitud orgullosa y desafiante
del polemista que se siente ya vencedor del pleito. No.
Permanece en su postura humilde, discreta, como para no humillar
ni poner a nadie en evidencia, a pesar de que
los acusadores sí que lo hacen. Jesús deja que sean
ellos mismos quienes se desenmascaren delante de Dios y de
su propia conciencia. Y entonces -nos dice el Evangelio- "al
oírlo, se fueron escabullendo uno a uno". Juan añade, con
un cierto tono de ironía: "empezando por los más viejos".
Todos hemos pecado. Y si todos somos pecadores, ¿por qué
nos empeñamos en ser tan crueles y duros con los
que caen? Ya nuestro Señor nos lo había dicho en
el Sermón de la Montaña: "¿Cómo puedes ver la paja
del ojo de tu hermano, y no ves la viga
que hay en el tuyo? ¡Hipócrita! Primero saca la viga
del tuyo y luego podrás sacar la paja del
ojo de tu hermano" (Mt 7, 3-5). Y, hablándonos del
perdón, nos enseñó a perdonar sin condiciones a nuestro prójimo,
"porque, si no perdonáis a quien os ofende, tampoco vuestro
Padre Celestial perdonará a vosotros vuestras faltas" (Mt 5, 14-15;
18,35). San Pedro Crisólogo, hablando de la oración y de
la misericordia, nos dice en el Sermón 43: "Es un
mal solicitante el que espera obtener para sí lo que
él niega a los demás". También el perdón y la
compasión. Ya cuando se han marchado todos los acusadores, entonces Jesús
se incorpora y espera a que la mujer, toda temblorosa,
se acerque hasta Él: "Mujer, ¿dónde están tus acusadores? ¿ninguno
te ha condenado?". "Ninguno, Señor" –respondió ella con grandísimo
respeto, humildad y confusión. "Pues tampoco yo te condeno. Vete
y en adelante no peques más". ¡Qué maravillosas palabras, brotadas
directamente del corazón de Dios! Jesús era el único que,
en justicia, podía condenarla, porque Él no tenía pecado. Y,
sin embargo, su actitud es de inmensa piedad y compasión,
de ternura y misericordia hacia esa pobre mujer: "Vete y
no peques más". ¿Cuánto agradecimiento y amor habrá nacido en el
corazón de esa mujer? ¡Se sintió respetada, aceptada como ella
era, también con sus miserias y pecados! Pero, sobre todo,
se supo comprendida, perdonada, acogida y elevada a una dignidad
mayor. ¡Éste es el poder y el secreto de la misericordia
de nuestro Señor! Al igual que al hijo pródigo, la
ternura del corazón de Dios destruye lo pasado, regenera, da
nueva vida. El Papa Juan Pablo II, en su encíclica
"Dives in misericordia" ("Dios, rico en misericordia"), nos dice que
Él (el padre de la parábola, o sea Dios) actúa
bajo el influjo de un profundo afecto y así se
explica su generosidad; además, con su misericordia salva otro bien
fundamental: la dignidad, la humanidad del hijo (DM, 6). Es lo
que hace Jesús al perdonar a la mujer y al
perdonarnos a cada uno de nosotros. Nunca nos humilla. Nos
respeta, nos eleva, nos dignifica. Y, sobre todo, nos lleva
al Corazón del Padre, a la experiencia del amor infinito
de Dios. Si así es la misericordia del Padre, ¿cómo
no acercarnos a pedirle perdón y a reconciliarnos con Él?
Propósito: ¿Qué estamos esperando para convertirnos en esta Cuaresma? ¿Por qué
no volver a Dios con todo el corazón y con
toda el alma, a través de la confesión y de
los sacramentos? ¡No lo dejes para mañana! Hoy es el
día de la salvación.
Diálogo con Cristo: Jesús, para experimentar y
valorar auténticamente la misericordia necesito tomar conciencia de mi debilidad
y poca correspondencia a tu gracia. Ayúdame a tener un
encuentro personal contigo, como lo tuvo la mujer del Evangelio.
Mi soberbia y mi sensualidad frenan mi deseo de conversión.
Señor, dame el don de saber enmendar mis faltas al
experimentar tu amor profundo.
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