domingo, 27 de febrero de 2011

Lecturas del Día Sábado, febrero 26, 2011

Primera Lectura:
Lectura del libro del Eclesiástico (Sirácide) (17, 1-13)
El Señor formó de tierra a los hombres y los hace retornar a ella. Les señaló un número contado de días y les dio dominio sobre las cosas de la tierra. Les concedió un poder semejante al suyo y los hizo conforme a su propia imagen. A todo viviente le infundió el temor a los hombres, para que éstos dominaran a las bestias y a las aves.
Les formó lengua, boca, ojos y oídos, y les concedió la mente para que pudieran razonar. Los colmó de ciencia y sabiduría y les mostró el bien y el mal. Con la luz de su mirada iluminó sus corazones, para hacerles ver la grandeza de sus obras y así alabaran su santo nombre y proclamaran sus maravillas.
Mayor sabiduría les concedió al darles en herencia la ley de la vida. Estableció con ellos una alianza eterna y les dio a conocer sus mandamientos.
Los hombres contemplaron con sus ojos la grandeza del Señor y oyeron la majestad de su voz con sus oídos. Les ordenó evitar toda injusticia y les dio preceptos acerca del prójimo.
La conducta de los hombres es patente a la vista del Señor, no puede ocultarse a su mirada. El Señor le puso un jefe a cada nación, pero Israel es su pueblo predilecto. Para el Señor, todas las acciones del hombre son tan claras como la luz del sol; sus ojos siempre están observando la conducta del hombre.

Salmo Responsorial:
Salmo 102
La misericordia del Señor dura por siempre.
Como un padre es compasivo con sus hijos, así es compasivo el Señor con quien lo ama; pues bien sabe él de lo que estamos hechos y de que somos barro, no se olvida.
La vida del hombre es como la hierba, brota como una flor silvestre: tan pronto la azota el viendo, deja de existir y nadie vuelve a saber nada de ella.
El amor del Señor a quien lo teme es un amor eterno, y entre aquellos que cumplen con su alianza, pasa de hijos a nietos su justicia.

Evangelio:
Lectura del santo Evangelio según san Marcos (10, 13-16)
En aquel tiempo, la gente le llevó a Jesús unos niños para que los tocara, pero los discípulos trataban de impedirlo.
Al ver aquello, Jesús se disgustó y les dijo: "Dejen que los niños se acerquen a mi y no se lo impidan, porque el Reino de Dios es de los que son como ellos. Les aseguro que el no reciba el Reino de Dios como un niño, no entrará en él".
Después tomó en brazos a los niños y los bendijo imponiéndoles las manos.

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