viernes, 29 de junio de 2012

Lecturas del Día Viernes, junio 29, 2012

Primera Lectura:
Lectura del libro de los Hechos de los Apóstoles (3, 1-10 )
En aquel tiempo, Pedro y Juan subieron al templo para la oración vespertina, a eso de las tres de la tarde. Había allí un hombre lisiado de nacimiento, a quien diariamente llevaban y ponían ante la puerta llamada la "Hermosa", para que pidiera limosna a los que entraban en el templo.
Aquel hombre, al ver a Pedro y a Juan cuando iban a entrar, les pidió limosna. Pedro y Juan fijaron en el los ojos, y Pedro le dijo: "Míranos". El hombre se quedó mirándolos en espera de que le dieran algo. Entonces Pedro le dijo: "No tengo ni oro ni plata, pero te voy a dar lo que tengo: En el nombre de Jesucristo nazareno, levántate y camina". Y, tomándolo de la mano, lo incorporó.
Al instante sus pies y sus tobillos adquirieron firmeza. De un salto se puso de pie, empezó a andar y entró con ellos al templo caminando, saltando y alabando a Dios.
Todo el pueblo lo vio caminar y alabar a Dios, y al darse cuenta de que era el mismo que pedía limosna sentado junto a la puerta "Hermosa" del templo, quedaron llenos de miedo y no salían de su asombro por lo que había sucedido.

Salmo Responsorial:
Salmo 18
El mensaje del Señor resuena en toda la tierra.
Los cielos proclaman la gloria de Dios y el firmamento anuncia la obra de sus manos. Un día comunica su mensaje al otro día y una noche se lo trasmite a la otra noche.
Sin que pronuncien una palabra, sin que resuene su voz, a toda la tierra llega su sonido y su mensaje hasta el fin del mundo.

Segunda Lectura:
Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los gálatas (1, 11-20)
Hermanos: Les hago saber que el Evangelio que he predicado, no proviene de los hombres, pues no lo recibí ni lo aprendí de hombre alguno, sino por revelación de Jesucristo.
Ciertamente ustedes han oído hablar de mi conducta anterior en el judaísmo, cuando yo perseguía encarnizadamente a la Iglesia de Dios, tratando de destruirla; deben saber que me distinguía en el judaísmo, entre los jóvenes de mi pueblo y de mi edad. Porque los superaba en el celo por las tradiciones paternas.
Pero Dios me había elegido desde el seno de mi madre, y por su gracia me llamó. Un día quiso revelarme a su hijo, para que yo lo anunciara entre los paganos. Inmediatamente, sin solicitar ningún consejo humano y sin ir siquiera a Jerusalén para ver a los apóstoles anteriores a mí, me trasladé a Arabia y después regresé a Damasco. Al cabo de tres años fui a Jerusalén, para ver a Pedro y estuve con él quince días. No vi a ningún otro de los apóstoles, excepto a Santiago, el pariente del Señor.
Y Dios es testigo de que no miento en lo que les escribo.

Evangelio:
Lectura del santo Evangelio según san Juan (21, 15-19)
En aquel tiempo, le pregunto Jesús a Simón Pedro: "Simón, hijo de Juan me amas más que estos?" Él le contesto: "Si, Señor, tu sabes que te quiero". Jesús le dijo: "Apacienta mis corderos".
Por segunda vez le pregunto: "Simón, hijo de Juan, ¿me amas?". Él le respondió: "Si, Señor, tú sabes que te quiero". Jesús le dijo: "Pastorea mis ovejas".
Por tercera vez le pregunto: "Simón, hijo de Juan, ¿me quieres?". Pedro se entristeció de que Jesús le hubiera preguntado por tercera vez si lo quería, y le contestó: "Señor, tú lo sabes todo; tú bien sabes que te quiero". Jesús le dijo: "Apacienta mis ovejas.
Yo te aseguro: cuando eras joven, tú mismo te ceñías la ropa e ibas a donde querías; pero cuando seas viejo, extenderás los brazos y otro te ceñirá y te llevará a donde no quieras". Esto se lo dijo para indicarle con qué género de muerte habría de glorificar a Dios. Después le dijo: "Sígueme".

1 comentario:

  1. En el relato de Los Hechos de los Apóstoles Pedro es liberado de la prisión de forma milagrosa. No había llegado todavía la hora de su testimonio supremo. Tendría que seguir sirviendo como roca, a fin de consolidar la fe de los creyentes. Como apóstol de Jesús, el pescador de Betsaida, tendría que cumplir una función mediadora. Pedro habría de ser dispensador del perdón y el juicio en medio de sus hermanos. Pedro no será sino un cimiento. La obra es de Jesús, por eso la llama "mi iglesia". De esa misma obra, san Pablo también resultará un cimiento fundamental. Las palabras de despedida que nos comparte la carta de Timoteo desbordan un entusiasmo sereno. El apóstol ha servido generosamente, su vida llega a su término y su existencia esta plena de sentido. Sólo le falta recibir la corona de la gloria.

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